¿Cuándo supiste que eras una víctima de la violencia de psicológica?
Yo no sabía que era una víctima de violencia psicológica hasta que un día mi marido me mostró un folleto y, me dijo, esto es lo que yo te hago a ti.
Él lo dijo, pero en su voz no había un sentimiento de culpa, ni de vergüenza. Sonó como algo normal, como parte de la vida marital.
Los sentimientos de culpa, la vergüenza de contar lo que sucedía a alguien, lo sentía yo y, ni siquiera sabía por qué.
La obscuridad
Si de amantes todo fue el paraíso, una vez que nos casamos, se fue desdibujando toda señal de alegría en mi rostro. Fue como entrar en un túnel sin final, o como caer al vacío.
Tenía miedo, el miedo a decir algo o a comportarme de alguna u otra manera. Él siempre encontraba la forma de humillarme, criticarme y burlarse de mí, tanto en público, o en privado.
Sentía celos de los propios amigos que me presentaba. Si estábamos en alguna reunión, nos marchábamos sin ninguna razón. Sentía celos de cualquiera, pero a esos amigos les contaba que yo era el eje de su infelicidad, que se había equivocado, en cambio nunca me comentó nada a mí.
Él ponía sobre mis hombros unas expectativas tan altas, que era imposible estar a ese nivel, entre otras cosas, porque nunca supe cuales eran, lo deduzco porque ante sus ojos, yo era una “imbécil”, “buena para nada”, “una polla boba”, “su cruz”.
Limitantes
Si íbamos a comer a algún restaurante y pedía un postre, siempre miraba el precio y, a veces decía no lo pidas, es muy caro.
Si quería comprarme algo, lo pagaba pero luego en casa analizaba los cargos y, se pasaba media hora quejándose del precio, era tacaño, usurero con el dinero y hasta con los sentimientos.
Me hablaba de sus compañeras como si fueran mujeres extraordinarias, de éxito; (no eran más que simples trabajadoras, estudiantes mayores de 25 años), pero todo lo que se comparase conmigo era superior, yo siempre estaba por debajo, yo, que tenía nivel universitario y, un máster.
Pasé a ser invisible ante mí, ya no sabía ni que hacía bien o mal, ni quien era, vivía en un mar de incertidumbre, miedo y tristeza.
Lloraba por todo y por nada, no sabía que se iba apoderando por mí una de las peores enfermedades, la depresión, pero estaba tan avergonzada, que pedir ayuda para salvarme era una opción a la que no podía acceder.
Adoptaba una conducta de tranquilidad y felicidad ante los ojos de aquellos, a quien mi estado podría despertar alguna alarma, me volví distante y esquiva.
Siempre estaba bajo la presión de sus exigencias, si la casa estaba limpia y en orden pasaba las manos por arriba de las puertas para ver si había polvo. Siempre tenía un motivo para hacerme sentir culpable de algo y, compararme con las otras mujeres que pasaron por su vida.
Todas eran tan geniales que lo dejaron seguro por motivos similares, yo solo era “la buena para nada”.
Disparo al corazón.
El peor momento fue cuando me quedé embarazada, a gritos y amenazas, me propuso abortar, y yo acepté, aún, a sabiendas de que me afectaría de por vida. Fui sola a todas partes, porque él nunca quiso acompañarme, fui sola a ver los médicos, a las analíticas, y también estuve sola en la clínica que me practicó el aborto.
Después de esto, no tenía nada, un gran vacío en el alma, tenía pesadillas cada noche, tomaba pastillas para dormir, no podía decir que me dolía nada, porque era inaceptable para él. Cada vez que debía visitar al ginecólogo tenía tantos nervios e involuntariamente tenía sangramientos.
Así que me callé, y cada vez era más ausente de mi propia personalidad y, de mi vida. Ya no tenía ningún control sobre mi, levantarme de la cama me costaba horrores.
Apareció un ángel
Un día tomé un taxi y, en una de esas conversaciones que tienes con desconocidos, me eché a llorar .
Lloré tanto, que sin decir nada lo dije todo, este hombre sin saberlo me salvó la vida. Dijo que llorar era bueno porque limpiaba el alma de tristeza, pero que siempre había una salida, que buscara dentro de mí y me reconciliara con la persona que tenía que recuperar allí.
Ese día hice balance de mi mierda de vida, encontré la persona que era y empecé a trazar un mapa para el futuro. No tenía trabajo, ni familia, ni dinero, ni amigos, estaba sola y, era más difícil, pero ya volvía a tener sueños.
Volviendo a colorear mi vida.
Empecé yendo al psicólogo que me ayuda hoy en día. Encontré un trabajo, luego otro, hasta fundar mi propia empresa.
Me separé y como no tenía medios para irme a vivir sola, compartí con él la vivienda. Durante esa época, conocí personas que me enseñaron lo que es sentirse amado, y lo fácil que era dar amor.
Me divorcié tras una cruenta guerra y, ahora tengo una vida propia, ahora estoy viva, con ganas de comerme el mundo. Soy una mujer diferente, feliz.
Secuelas de la violencia psicológica
Mi vida es diferente, sigo curando viejas heridas que a veces se abren, porque la violencia psicológica perdura por mucho tiempo, aún después de liberarte de tu opresor, de cambiar de vida, quedan vestigios, contra todo ello lucho cada día.
¡Aún necesitamos más!
A veces te quedas paralizada por miedo a que no te crean, por vergüenza, porque tienes sentimientos de culpabilidad, porque estás tan enajenada, que no puedes hacer nada, por eso se hace necesario empoderar a las mujeres, hace falta leyes menos tolerantes contra la violencia de género, leyes que amparen a las víctimas, hace falta una educación sexual en correspondencia con los problemas de la sociedad moderna.
Fotos pexels.com
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